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SÍNDROME DE AGRESIÓN A LA MUJER |
Miguel
Lorente Acosta.
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SUMARIO:
1. Introducción
2. Síndrome de agresión a la mujer.
3. Síndrome de maltrato a la mujer.
3.1. Agresor
3.2. Víctima
3.3 Contexto socio-cultural.
3.4. Cuestiones médico-forenses.
3.4.1. Lesiones
físicas.
3.4.2. Lesiones
psíquicas.
3.5. Mecanismos de producción.
3.6. Dinámica del síndrome de maltrato a
la mujer.
La agresión a la mujer no es un tipo de violencia nuevo en la sociedad
competitiva, deshumanizada y agresiva de este final de siglo. Los diferentes
estudios históricos demuestran que ha existido siempre, y ahora sabemos que
ha sido como consecuencia del diferente papel que han asignado al género
masculino y al femenino, colocando a este en un situación de subordinación
al primero, con posibilidad de utilizar diferentes argumentos por parte del
masculino para mantener esta posición, incluso la violencia.
El
debate social que existe en la actualidad ha tenido que producirse sobre una
realidad ignorada hasta ese
momento. De nuevo han sido las formas (los últimos homicidios
cometidos sobre mujeres que habían estado sometidas a maltrato) las que nos
han llevado al fondo de la cuestión: la agresión a la mujer. En esta polémica
han sido más los que han buscado responsables que los que han aportado
soluciones. La medicina en general y la medicina forense en particular han
sido una víctima más de ese contexto socio-cultural que ha permitido que se
produjera la agresión a la mujer de muy diversas formas por el hecho de ser
mujer, sin que haya habido una respuesta científica similar a la que ha
aparecido en otro tipo de hechos de violencia interpersonal. El ejemplo más
claro lo tenemos en el maltrato infantil (GISBERT, 1998) (1);
en 1626, Paolo ZACCHIA realizó las primeras descripciones, TARDIEU en 1879
hizo importantes trabajos sobre esta manifestación, iniciativas que hicieron
concentrar la atención de múltiples autores sobre el tema. Ya en la década
de los cuarenta se empezó a relacionar los hallazgos en estos niños con el
maltrato ocasionado por los adultos, pero no fue hasta 1962 cuando KEMPE,
SILVERMAN, STEELE y DROEGENMUELER describieron como tal el síndrome del niño
maltratado, concienciando a los diferentes profesionales sobre sus existencia
y mostrando sus características para que pudieran llegar a su diagnóstico.
La agresión a la mujer no es un problema de números,
aunque los números de este tipo de violencia sí son un problema. Las 16.378
denuncias por malos tratos (que realmente suponen unos 400.000 casos) los más
de 90 homicidios según las estadísticas del pasado año, las 1400
violaciones denunciadas en 1995 o las 4342 diligencias previas incoadas en
1996 son más que la simple manifestación de conductas de hombres con
problemas en el trabajo o con el alcohol, o conductas de hombres con un
instinto sexual muy pronunciado o con una agresividad difícil de controlar.
La realidad social esconde a la verdadera sociedad y nos demuestra que el
significado es totalmente distinto, aunque resulta difícil entender y aceptar
como algo generalizado
en nuestra
sociedad la utilización de la violencia sobre la mujer en general y,
sobre todo, en el contexto de una relación afectiva-sentimental.
En los casos de agresión a la mujer raramente la situación
es analizada bajo una perspectiva realista, normalmente y como consecuencia de
la carga socio-cultural y afectiva del observador se suele ver a través de
lentes convexas o cóncavas que maximizan o minimizan el hecho en sí y, que
en cualquier caso, deforman la realidad. El análisis derivado de dicha
situación será en consecuencia reduccionista o magnificador, complicando
cuando no impidiendo la comprensión del hecho. La explicación más lógica
en lo aparente, pero también la más superficial, es creer que se trata de
una serie de casos aislados, más relacionados con algunas circunstancias
particulares de tipo socio-económico (desempleo, bajo nivel cultural,
ambientes marginales,...) con determinados tipos de hombres (alcohólicos,
drogadictos, impulsivos, celosos,...) o con determinados tipos de mujeres
(provocadoras, que no cumplen con sus obligaciones como madres o esposas,
masoquistas,...) o como mucho combinando algunas circunstancias de estos tres
tipos de elementos.
Ya hemos explicado como la realidad es mucho más compleja
y nunca se puede tratar de comprender basándose sólo y exclusivamente en el
episodio puntual de la agresión, a pesar de que este se repita y sea el
elemento más significativo y fundamental del síndrome. Se trata de una
situación prolongada en la que la interacción víctima-agresor y ambiente
(social y familiar) condiciona y matiza por completo lo que en apariencia no
tiene una justificación razonable.
Evidentemente esto no significa que toda situación en la
que la mujer sea víctima de un delito tenga el mismo significado. La
consideración de la mujer como víctima no es igual a la de víctima mujer.
En este último caso (víctima mujer) la mujer puede ser víctima de cualquier
delito de violencia interpersonal como miembro de la sociedad, pero a
diferencia de lo que ocurre con el hombre, la mujer aparece como víctima de
determinados delitos por su condición de mujer y por el rol que ocupa en la
sociedad (mujer como víctima). Las características de estas conductas en
relación a otras manifestaciones de violencia interpersonal son totalmente
distintas, tanto en el componente instrumental como en el emocional.
Es en este contexto donde queremos centrar, tanto por su
frecuencia como por su trascendencia y consecuencias, el análisis de la
agresión a la mujer.
2.
SÍNDROME DE AGRESIÓN A LA MUJER
Para entender el significado de esta conducta debemos situar el hecho, la
agresión, en el contexto en el que se produce.
Toda conducta humana, incluyendo la delictiva, tiene dos
componentes fundamentales, el instrumental y el afectivo o emocional. El
primero hace referencia a la motivación de la conducta que se realiza y va
dirigido a la consecución de unos objetivos más o menos determinados; el
componente afectivo dota de una carga emocional a la realización de esa
conducta. En el caso de la agresión a la mujer el análisis demuestra que en
el componente instrumental no existe un objetivo concreto ni delimitado,
existiendo una gran desproporción entre la conducta en sí y el resultado
respecto a los motivos que la desencadenan o a los objetivos que pretenden
conseguir, que finalmente demuestran que sólo pretenden mantener la posición
de superioridad el hombre y al subordinación de la mujer.
El
contexto que posibilita y permite este tipo de conductas por parte del hombre
es lo suficientemente complejo y difuso, y está lo bastante entremezclado con
otras normas y valores de la sociedad como para que resulte difícil
delimitarlo. Resulta más fácil tratar de identificar la realidad de la
agresión a la mujer con las características de los casos que se conocen,
relacionar el origen del problema al problema puntual que existía en cada uno
de los casos denunciados. Surge así uno de los grandes obstáculos con los
que ha contado el problema, la dispersión y el aislamiento como hechos sin
relación, y la identificación de la globalidad del problema con el de los
casos conocidos o denunciados que en cualquiera de las manifestaciones del síndrome
(maltrato, agresión sexual y acoso) no suponen más del 5-10% de la totalidad
de ellos.
Cada uno de los casos se encuentra en centro de un contexto
que hemos representado de forma gráfica como esferas concéntricas que van
influyendo de forma inversamente proporcional a la distancia respecto al núcleo
particular de cada pareja. El agresor y la víctima se encuentran en los que
hemos definido como contexto individual, pues está estrechamente relacionado
con las circunstancias de la pareja, tanto en lo que se refiere a la
personalidad de cada uno de ellos, como al ambiente en el que se desenvuelven.
Pero estas circunstancias (normalmente las únicas que llegan a conocerse) no
son suficientes para comprender el maltrato. Las otras esferas de influencia
que hemos identificado como contexto próximo, intermedio y lejano, van
influyendo sobre los niveles inferiores de forma más indirecta e inespecífica
conforma sea más general alejado, pero dirigiendo ese efecto de forma
confluente hacia el centro de la diana, donde está la relación de pareja.
Quizá no sea el momento de profundizar sobre aspectos más propios de la
sociología y de la antropología, a pesar de que tengan una influencia
directa sobre la persona y sus comportamientos, pero sí cabe recordar que los
diversos estudios han demostrado como elementos incluidos en cada unos de
estos grupos actúan favoreciendo la agresión a la mujer.
Entre estos factores nos encontramos con los papeles
relacionados con cada uno de los géneros, las normas culturales, las
creencias sociales, especialmente en los relacionado c con la educación en
general y la educación sexual en particular que se da al hombre y a la mujer,
la relación de estos hechos con factores como la ingesta de bebidas alcohólicas,
el desempleo o los problemas laborales.
Todo ello no sólo crea un ambiente propicio para originar
y canalizar la agresividad del hombre hacia la mujer en forma de violencia,
sino que además actúa como mecanismo de control. Tal y como destaca Elena
LARRAURI (1994) (2) se ejerce un control INFORMAL por
medio de las normas sociales y definido como "todas
aquellas respuestas de que suscitan determinados comportamientos que vulneran
las normas sociales que no cumplen las expectativas de comportamiento
asociadas a un determinado género o rol".
Este control existe en toda la sociedad ( control doméstico, médico, mundo
laboral, control público difuso -"este
no es sitio o no son horas para una mujer"-).
Pero también existe un control FORMAL representado por el propio derecho
penal, donde la autora encuentra un tratamiento distinto de la mujer, en la
propia norma o en las posibilidades de su aplicación.
Estas circunstancias nos han permitido definir el SÍNDROME
DE AGRESIÓN A LA MUJER (SAM) (LORENTE, 1998) (3)
como "AGRESIONES SUFRIDAS POR LA
MUJER COMO CONSECUENCIA DE LOS CONDICIONANTES SOCIOCULTURALES QUE ACTÚAN
SOBRE EL GÉNERO MASCULINO Y FEMENINO, SITUÁNDOLA EN UNA POSICIÓN DE
SUBORDINACIÓN AL HOMBRE, Y MANIFESTADAS EN LOS TRES ÁMBITOS BÁSICOS DE
RELACIÓN DE LA PERSONA: MALTRATO EN EL MEDIO FAMILIAR, AGRESIÓN SEXUAL EN LA
VIDA EN SOCIEDAD Y ACOSO EN EL MEDIO LABORAL".
El síndrome queda definido como un hecho general
caracterizado por la realización de una serie de conductas agresivas hacia la
mujer en las que la violencia se desarrolla bajo unas especiales
circunstancias, persiguiendo unos determinados objetivos y motivado por una
serie de factores comunes.
3.
SÍNDROME DE MALTRATO A LA MUJER
El Síndrome
de Maltrato a la Mujer (SIMAM) viene caracterizado por su estrecha relación
con los condicionamientos socio-culturales, tanto en su origen, como en su
manifestación y consideración, así como por la reciprocidad de la
agresividad. Esto hace que la violencia sea especialmente intensa, que existan
lesiones de defensa y que el daño psíquico sea uno de los elementos más
importantes.
No podemos equiparar, por tanto, el SIMAM al maltrato en la
infancia ni a ninguno de los otros cuadros, ya que a pesar de tener algunas
características en común, son más las diferencias entre ellos. Entre ellas
destaca al hecho de la violencia sobre la mujer también se produce fuera del
ambiente de la familia, tanto antes de su formación durante el noviazgo,
como, y especialmente, una vez finalizada la relación familiar tras la
separación o el divorcio.
Estas características nos hacen insistir en la
independencia y autonomía conceptual del SIMAM respecto a otros cuadros de
violencia interpersonal en los que la mujer puede ser víctima; como por
ejemplo puede ocurrir en el caso de la violencia familiar, dentro de la cual
el maltrato a la mujer puede aparecer como una manifestación más de la
situación de violencia, pero siempre con sus características autónomas.
También debemos evitar encuadrarlo o denominarlo con terminologías que
pueden inducir a error y favorecer que no se desenmascare la realidad del
problema por insistir en determinadas circunstancias concretas. Nos referimos
fundamentalmente a las referencias que se hacen al tema como "violencia
doméstica"
y "violencia
familiar". Por
una parte hemos visto como las víctimas de este tipo de violencia no lo es sólo
la mujer, sino que pueden llegar a serlo todos los miembros de la familia
(hijos, ancianos, padre, madre,...) del mismo modo los autores pueden ser
cualquier miembro del grupo, actuando normalmente por motivos más específicos
que no se ajustan a los del SIMAM.
El ambiente doméstico o familiar, pues, sólo es un
escenario, quizá el más importante en términos de frecuencia, pero no el único
ni probablemente el más trascendente, ya que se puede iniciar durante la
relación de noviazgo y, sobre todo, no finaliza cuando se acaba la relación
familiar o desaparece el contexto doméstico. En ocasiones es más bien al
contrario, la situación se agrava y se produce un mayor acoso y persecución
de la mujer con el consiguiente daño psíquico, y unas agresiones físicas
quizá no tan repetidas, pero sí más violentas, como si en una agresión
descargara toda la agresividad acumulada de varios de los episodios
anteriores, llegando en algunas ocasiones a cuadros que suponen un importante
riesgo para la mujer e incluso al homicidio. Es en esta situación en la que
la relación está en vías de acabar o ya finalizada es cuando la idea de la
mujer como pertenencia más puede desencadenar la violencia al ver que le ha
sido despojada y que puede ser compartida con otra persona.
Por todo lo anterior consideramos el Síndrome
de Maltrato a la Mujer (LORENTE,1998) (3) como el "CONJUNTO
DE LESIONES FÍSICAS Y PSÍQUICAS RESULTANTES DE LAS AGRESIONES REPETIDAS
LLEVADAS A CABO POR EL HOMBRE SOBRE SU CONYUGUE, O MUJER A LA QUE ESTUVIESE O
HAYA ESTADO UNIDO POR ANÁLOGAS RELACIONES DE AFECTIVIDAD".
El síndrome de maltrato a la mujer (SIMAM) viene definido,
pues, por un cuadro lesional resultante de la interacción de los tres
elementos que intervienen en las lesiones: el agresor, la víctima y las
circunstancias del momento o contexto. Ello quiere decir que no toda lesión
producida a una mujer debe considerarse como un síndrome de maltrato, sino
que deben existir una serie de características que estudiaremos a continuación.
3.1.
AGRESOR
El agresor es alguien que mantiene o ha mantenido una
relación afectiva de pareja con la víctima.
La primera gran característica de los autores de estos
hechos es que no existe ningún dato específico ni típico en la personalidad
de los agresores. Se trata de un grupo heterogéneo en el que no existe un
tipo único, apareciendo como elemento común el hecho de mantener o haber
mantenido una relación sentimental con la víctima.
Los
estudios realizados en este sentido se han dirigido en diferentes direcciones
y han puesto de manifiesto algunas características generales. Entre ellas
destaca el hecho de que el factor de riesgo más importante es haber
sido testigo o víctima de violencia por parte de los padres durante la
infancia o adolescencia, y que entre las razones y motivaciones existentes
en este tipo de hechos están la necesidad de control o de dominar a la mujer,
sentimientos de poder frente a la mujer y la consideración de la
independencia de la mujer como una pérdida de control del hombre. Con
frecuencia los hombres atribuyen las
agresiones hacia sus parejas al hecho de no haber desempeñado
correctamente sus obligaciones de buenas esposas.
HOATLING (1989) (4) encontró entre las respuesta
de los agresores que el propósito primario de la violencia era
"intimidar", "atemorizar" o "forzar a la otra persona
a hacer algo". De este modo, como SONKIN y DUNPHY (1982) (5)
observaron, muchos hombres maltratan simplemente porque funciona como medio de
obtener sus objetivos, lo cual supone una crítica al argumento emocional o
situacional que escapa al control del agresor, también
actúa como una salida segura para la frustración que pueda tener,
tanto si esta proviene de dentro del hogar como si lo hace de fuera. La
gratificación obtenida al establecer el control por medio de la violencia
también puede reforzar a los agresores y hacerlos persistir en esta actitud.
Por lo tanto, como resumen, podemos establecer que la gratificación por el
uso de la violencia frente
a sus parejas (esposas o novias) puede ser debida a:
1.-Liberación de la rabia en respuesta a la percepción de un ataque a
la posición de cabeza de familia o de déficit de poder.
2.-Neutralización temporal de los intereses sobre dependencia o
vulnerabilidad.
3.-Mantenimiento de la dominancia sobre la compañera o sobre la
situación.
4.- Alcanzar la posición social positiva que tal dominación le
permite.
No se han encontrado diferencias significativas en relación a la edad, nivel
social, educación, ... Sí se ha hallado una mayor incidencia de conductas
antisociales en estos hombres, pero sin que se haya determinado de forma
consistente un patrón psicopatológico en los individuos que agreden a su
pareja.
A pesar de estos resultados, generalmente basados en
muestras relacionadas con episodios de maltrato en el medio familiar, debemos
tener en cuenta que la mayoría de estos agresores no se encuentran envueltos
o relacionados en hechos criminales o disturbios públicos. Estos casos
caracterizados por una gran violencia al ser más conocidos y llamativos
producen una especie de efecto umbral sobre la sociedad que identifica el
maltrato con ellos minimizando los restantes.
Como hemos visto no existe, pues, una característica clara
en la personalidad de los agresores estudiados, haciendo hincapié en la
heterogeneidad de este grupo de individuos. Esto ha hecho que se estudien
algunos factores o circunstancias que han favorecido la adopción de esa
peculiar forma de conducta violenta.
Las características del agresor son los elementos que más
condicionan al síndrome. A pesar de que en la mayoría de los casos el
agresor es una persona "normal" que no se puede encuadrar dentro del
grupo de las psicopatías o trastornos de la personalidad ni como enfermo
mental, es importante conocer que en algunos casos el agresor puede padecer
algún tipo de trastorno o patología mental, aunque sería una mínima
proporción del total de los casos y bajo ningún supuesto puede interpretarse
como un justificante, ya que no existe ninguna enfermedad que justifique la
agresión a la mujer de forma específica.
Nos referimos al grupo que hemos denominado como "agresor
patológico".
Las alteraciones que pueden suponer una agresividad más
acentuada se pueden encuadrar en los siguientes grupos: Trastornos de la
personalidad (trastornos de
la personalidad
paranoide, antisocial,
límite y
pasivo-agresivo) y enfermedades mentales (enfermedades orgánicas
-traumatismos craneoencefálicos, epilepsia,...-, psicosis funcionales
-esquizofrenia, psicosis paranoide, psicosis maniaco-depresiva-,...)
Un
grupo aparte por la frecuencia con la que aparece y por los razonamientos que
se hacen alrededor del mismo son el del ALCOHOL y las SUSTANCIAS TOXICAS. En
estos casos hay que diferenciar entre la relación de la agresividad y la
personalidad del consumidor, que podría llevarnos a cualquiera de los otros
grupos de agresores, y la acción directa de las sustancias tóxicas sobre la
personalidad. Muchos autores consideran el consumo de sustancias tóxicas como
un suicidio crónico y, por tanto, como una forma de autoagresividad. También
se ha comprobado como la mayoría de estas sustancias conducen a un estado de
intoxicación en el que la heteroagresividad está aumentada, no sólo por la
acción sobre la fisiología del organismo, sino también por los factores
ambientales en los que se desenvuelven estos individuos. En general la
agresividad viene condicionada fundamentalmente por la desinhibición que
producen estas sustancias y por el contexto, por lo que el grado de
agresividad puede ser muy variable, dependiendo de la participación de cada
uno de los componentes.
En todos estos casos debe llegarse a la conclusión de
AGRESIVIDAD PATOLÓGICA por medio del diagnóstico del proceso o enfermedad en
la que se enraíza y de la que surge la conducta violenta, sin que esta
justifique la anormalidad clínica del sujeto, y siempre considerando que
pueden existir características de diferentes tipos de agresores en un mismo
individuo.
Desde el punto de vista clínico resulta importante llegar
a un diagnóstico del agresor patológico desde un primer momento para iniciar
las medidas oportunas y evitar nuevos episodios de agresión, que en algunos
casos pueden traer fatales consecuencias por partir de enfermos mentales sin
los recursos psicológicos suficientes para poder inhibir sus acciones.
3.2.
VICTIMA.
En
este tipo de hechos la víctima presenta una serie de características que
hacen pensar a priori que gran
parte de la situación viene condicionada por ella.
Los primeros estudios centrados sobre la víctima,
partiendo de la base de que la conducta es el reflejo de la interacción de la
persona con una situación, llevaron a dicha conclusión, pensando que
determinadas características de algunas mujeres hacían que tuvieran una
mayor probabilidad de ser maltratadas. Estos trabajos se basaron en el estudio
de mujeres que habían sido agredidas, las cuales presentaban una serie de síntomas
que fueron considerados como causa de la violencia frente a ellas (SCHULTZ,
1960 (6); KLECKNER, 1978 (7);
SYMONDS, 1979 (8); WALKER, 1979 (9)).
Estudios posteriores demostraron que los trabajos
anteriores fallaban en el análisis de la interacción entre las personas y la
situación, confundiendo la etiología con las consecuencias del trauma,
quedando por tanto desacreditados. Analizando tres grupos de mujeres, por un
lado víctimas de malos tratos que no han adoptado ninguna conducta para
acabar con la situación hasta fases avanzadas, por otro mujeres que han
adoptado una actitud más activa en contra de la agresión y finalmente otro
grupo formado por mujeres que no han sido víctimas de dicha agresión, se
llegó a la conclusión de que no existen diferencias en las características
de la personalidad entre los tres grupos (KOSS, 1991) (10).
Si se encontró (KOSS y DINERO, 1989) (11) un "perfil
de riesgo", en las que el riesgo de ser maltratadas era dos veces
más elevado que en el resto, pero sólo afectaba al 10% de las mujeres. El
principal factor de riesgo eran los ANTECEDENTES DE ABUSO SEXUAL DURANTE LA
INFANCIA y las consecuencias reflejadas como alteraciones de conducta
derivadas de los mismos. Este hecho, por lo tanto, caracteriza a ambos, al
agresor y a la víctima.
Tampoco se encontraron en las víctimas relaciones
consistentes con los ingresos económicos, nivel de educación, ser o no ama
de casa, pasividad, hostilidad, integración de la personalidad, auto-estima,
ingesta de alcohol o emplear violencia con los niños. Del mismo modo, no se
hallaron evidencias en relación al estatus que la mujer ocupa, al trabajo que
desempeña, a las conductas que realiza, a su perfil demográfico o a las
características de su personalidad. Ninguno de estos factores influyen de
forma significativa en las posibilidades de que sufran una agresión en su
vida familiar.
Por
el contrario, las características del hombre con el que la mujer mantiene la
relación actúan como marcadores más apropiados para conocer el riesgo de
que una mujer llegue a ser víctima de la agresión de su pareja. Esta situación
hizo afirmar a HOTALING y SUGARMAN (4) que "el
precipitante más influyente para la víctima es ser mujer. La victimización
de las mujeres puede ser mejor comprendida como la realización de una
conducta masculina".
La explicación del porqué se llega a producir una
victimización tras los abusos en la infancia ha sido aportada por diferentes
estudios clínicos, apuntando que el hecho de abusar sexualmente de un niño
va asociado con un mayor riesgo de revictimización en fases más avanzadas de
su vida por diferentes tipos de agresores, incluyendo a sus parejas. Los clínicos
han especulado que puede ser debido a una ausencia de oportunidad para
desarrollar mecanismos de protección adecuados combinado con otros efectos
postraumáticos, tales como la dificultad de análisis de la situación o de
las personas en relación al peligro, el fatalismo relacionado a la depresión
o la sensación de incapacidad y desamparo. También puede deberse a
respuestas alteradas por la amenaza de peligro, que van desde la negación y
aturdimiento psíquico hasta la disociación (HERMAN,1992) (12).
Quedan, pues, desacreditadas las teorías que argumentaban
que la causa del maltrato era el "masoquismo de la mujer" basadas en
que la mayoría de las víctimas expresan amor por sus agresores.
3.3.
CONTEXTO SOCIO-CULTURAL.
Las características de las normas culturales y el papel
del género en la conducta sobre el tipo de hechos que estamos analizando
podemos resumirlos en los siguientes puntos:
- La violencia funciona como un mecanismo de control social de la mujer y
sirve para reproducir y mantener el status
quo de la dominación masculina. De hecho las sociedades o grupos
dominados por las ideas "masculinas" tienen mayor incidencia de
agresiones a la mujer. Los mandatos culturales, y a menudo también los
legales, sobre los derechos
y privilegios del papel del marido
han legitimado históricamente un poder y dominación de este sobre la
mujer, promoviendo su dependencia económica de él y garantizándole a este
el uso de la violencia y de las amenazas para controlarla.
- La conducta violenta frente a la mujer se produce como patrones de
conducta aprendidos y transmitidos de generación a generación. La transmisión
se hace fundamentalmente en los ambientes habituales de relación.
- Las mismas normas sociales minimizan el daño producido y justifican la
actuación violenta del marido. Se intenta explicar atribuyéndola a
trastornos del marido o, incluso, de la mujer. Por mucho que el hombre tenga
problemas de estrés, de alcohol, de personalidad, curiosamente la violencia sólo
la ejerce sobre la mujer, no contra un conocido o amigo, y, por supuesto,
nunca contra su jefe. También influyen toda la serie de mitos antes recogidos
que perpetúan la violencia y niegan la asistencia adecuada a estas víctimas.
- El modelo de conducta sexual condicionado por el papel de los géneros
también favorece en algunos casos la existencia de una actitud violenta
contra la mujer al tratarse de un modelo androcéntrico. Existen una serie de
factores que favorecen esta agresividad, entre los que se encuentran:
Los patrones de hipermasculinidad, el inicio de un mayor grado de
relación sentimental, la duración prolongada de la relación y los modelos
sexuales existentes, que contienen una tensión intrínseca entre hombres y
mujeres, creando la posibilidad o las condiciones para que se produzcan
errores en la comunicación que desemboquen en una situación de violencia
frente a la mujer.
- Por el contrario, el alcohol, tantas veces esgrimido como causante o
precipitante del maltrato, ha sido eliminado como un factor etiológico
directo de este tipo de violencia. Se ha comprobado que actúa de forma
general como desinhibidor y de forma particular como excusa para el agresor y
como elemento para justificar la conducta de este por parte de la víctima.
3.4.
CUESTIONES MEDICO-FORENSES.
Desde el punto de vista de la Medicina legal la situación
se caracteriza por venir definida por el resultado, las lesiones, y por un
contexto en el que se sitúan como parte fundamental de él el autor y la
relación afectiva previa entre este y la víctima.
Las lesiones derivadas del síndrome de agresión a la
mujer pueden ser de tipo físico o psíquico, si bien, dadas las características
de este tipo de violencia y su curso crónico, siempre existen manifestaciones
psíquicas, tanto en los momentos cercanos al ataque físico, como con
posterioridad al mismo, perdurando como puentes entre cada una de las
agresiones.
3.4.1.
LESIONES FÍSICAS.
Las lesiones producidas en los casos de agresiones por
parte del hombre abarcan toda la tipología lesional de la traumatología
forense, desde simples contusiones y erosiones, hasta heridas por diversos
tipos de armas. Del mismo modo, las regiones anatómicas que se pueden afectar
cubren todas las posibilidades, así como las distintas estructuras orgánicas
(piel, mucosas, huesos, vísceras, ...). No obstante, el cuadro lesional mas
frecuente suele estar conformado por excoriaciones, contusiones y heridas
superficiales en la cabeza, cara, cuello, pechos y abdomen.
El cuadro típico en el momento del reconocimiento viene
determinado por múltiples y diferentes tipos de lesiones con combinación de
lesiones antiguas y recientes, así como referencias vagas de molestias y
dolores cuya naturaleza no se corresponde con lo referido por la mujer en el
motivo de consulta.
A diferencia del Síndrome del Niño Maltratado, resulta típico
de este cuadro, la presencia de lesiones de defensa, la inexistencia de
lesiones que indiquen extrema pasividad de la víctima (quemaduras múltiples
por cigarrillos, pinchazos leves repetidos sobre una misma zona, ...), así
como la localización de gran parte de las lesiones (o las más intensas) en
zonas no visibles una vez que la mujer está vestida. STARK, FLITCRAFT y
FRAZIER (1979) (13) encontraron que las víctimas de
este tipo de agresiones presentaban una probabilidad 13 veces más alta de
tener lesiones
en los pechos, tórax o abdomen que las víctimas de otros accidentes. En este
sentido suele ser muy frecuente la expresión de la mujer que manifiesta: "mi
marido ha aprendido a agredir: me pega, pero no me señala".
En un reciente trabajo realizado sobre 9000 mujeres que
acudieron a los servicio de urgencias de diez hospitales diferentes MUELLERMAN
(1996) (14) encontró como datos significativos que la lesión más típica en
las mujeres maltratadas era la rotura
del tímpano, y que tienen mayor probabilidad de presentar lesiones en la
cabeza, tronco y cuello. Las no maltratadas, por el contrario, suelen sufrir
las lesiones con mayor frecuencia en la columna vertebral y extremidades
inferiores.
Las circunstancias de las que depende el cuadro lesional
son (BROWNE, 1987) (15): el grado de violencia empleado,
la repetición seguida de la agresión y la unión del maltrato a otro tipo de
hechos.
Estos dos últimos factores, la repetición de los hechos y
la unión a otras acciones dentro de un incidente, aumentan la capacidad
lesiva, ya que conllevan un incremento del grado de violencia y hacen, además,
que la víctima sea incapaz de recuperarse para protegerse de la siguiente
agresión al encontrarse física y psicológicamente aturdida por la rapidez
de los sucesos (PATTERSON, 1982 (16); REID et al, 1981 (17)).
A pesar de lo anterior muchas de las víctimas se abstienen
de acudir a un hospital, incluso cuando hay lesiones de cierta
intensidad debido a la vergüenza, a las amenazas por parte del agresor si
busca cualquier tipo de ayuda y al temor a que el hospital comunique al
juzgado el origen de sus lesiones y se tomen medidas que puedan afectar a su
familia.
Otro dato significativo es que la mayoría de las mujeres
que han sido víctimas de estos hechos y que se deciden a ir al médico como
consecuencia de sus lesiones, cada vez que vuelven a acudir lo hacen con
lesiones más graves (KOSS et al, 1991) (10).
3.4.2.
LESIONES PSÍQUICAS.
Los trabajos realizados durante los últimos quince años han demostrado que
la sintomatología psíquica encontrada en las víctimas debe ser considerada
como una secuela de los ataques sufridos, no como una situación anterior a
ellos (MARGOLIN, 1988) (18). Los estudios en dicho
sentido se llevaron a cabo
realizando análisis comparativos con la respuesta humana al trauma,
existiendo una correlación estrecha entre la sintomatología desarrollada por
las víctimas del maltrato y la respuesta a determinadas situaciones
estresantes.
Las lesiones psíquicas pueden ser agudas, tras la agresión,
o las denominadas lesiones a largo plazo, aparecidas como consecuencia de la
situación mantenida de maltrato.
3.4.2.1.
Lesiones Psiquicas AGUDAS.
Alexandra SYMONDS propuso en 1979 (8)
la denominada "Psicología de los sucesos catastróficos" como un
modelo útil con el que analizar las respuestas emocionales y conductuales de
las mujeres frente a las que se había dirigido algún tipo de violencia,
observando que las reacciones a los traumas ocasionados por sus parejas están
muy próximas a las de los supervivientes de diferentes tipos de sucesos traumáticos.
Al igual que otras víctimas, la primera reacción
normalmente consiste en una autoprotección y en tratar de sobrevivir al
suceso (KEROUAC y LESCOP, 1986) (19). Suelen aparecer
reacciones de shock, negación, confusión, abatimiento, aturdimiento y temor.
Durante el ataque, e incluso tras este, la víctima puede ofrecer muy poca o
ninguna resistencia para tratar de minimizar las posibles lesiones o para
evitar que se produzca una nueva agresión (WALKER, 1979 (9);
BROWNE, 1987 (15)).
Estudios clínicos han comprobado que las víctimas
de malos tratos viven sabiendo que en cualquier momento se puede producir una
nueva agresión. En respuesta a este peligro potencial, algunas de las mujeres
desarrollan una extrema ansiedad, que puede llegar hasta una verdadera situación
de pánico. La mayoría de estas mujeres presentan síntomas de incompetencia,
sensación de no tener ninguna valía, culpabilidad, vergüenza y temor a la pérdida
del control. El diagnóstico clínico que se hizo en la mayor parte de los
casos fue el de depresión (HILBERMAN, 1980) (20). El
seguimiento de las víctimas ha demostrado como la sintomatología se va
modificando y como tras el tercer incidente el componente de shock desciende
de forma significativa. BROWNE (15) ha comprobado como
estas mujeres a menudo desarrollan habilidades de supervivencia más que de
huida o de escape, y se centran en estrategias de mediar o hacer desaparecer
la situación de violencia.
Existen dos condicionamientos fundamentales típicos del
SIMAM en relación a las lesiones psíquicas:
- La repetición de los hechos da lugar a un mayor daño psíquico, tanto
por los efectos acumulados de cada agresión, como por la ansiedad mantenida
durante el período de latencia hasta el siguiente ataque.
- La situación del agresor respecto a la víctima. Desde el punto de
vista personal el agresor es alguien a quien ella quiere, alguien a quien se
supone que debe creer y alguien de quien, en cierto modo, depende. Desde el
punto de vista general las mujeres agredidas mantienen una relación legal,
económica, emocional y social con él.
Todo ello repercute en la percepción y análisis que hace la mujer para
encontrar alternativas, viéndose estas posibilidades limitadas y resultando
muy difícil la adopción de una decisión. La consecuencia es una
reinterpretación de su vida y de sus relaciones interpersonales bajo el patrón
de los continuos ataques y del aumento de los niveles de violencia, lo cual
hace que la respuesta psicológica al trauma y la realidad del peligro
existente condicionen las lesiones a largo plazo.
3.4.2.2.
Lesiones Psicológicas A LARGO PLAZO.
Las reacciones a largo plazo de las mujeres que han sido agredidas física
y psíquicamente por sus parejas incluyen temor, ansiedad, fatiga,
alteraciones del sueño y del apetito, pesadillas, reacciones intensas de
susto y quejas físicas: molestias y dolores inespecíficos (GOODMAN et al,
1993-a y b) (21) (22). Tras el
ataque las mujeres se pueden convertir en dependientes y sugestionables,
encontrando muy difícil tomar decisiones o realizar planes a largo plazo.
Como un intento de evitar un abatimiento psíquico pueden adoptar expectativas
irreales en relación a conseguir una adecuada recuperación, persuadiéndose
ellas mismas de que pueden reconstruir en cierto modo la relación y que todo
volverá a ser perfecto (WALKER, 1979) (9). Como ocurre
en todas las víctimas de la violencia interpersonal, las mujeres agredidas
por sus parejas aprenden a sopesar todas las alternativas frente a la percepción
de la conducta violenta del agresor. Aunque esta actitud es similar a aquella
producida en otros tipos de agresiones o en situaciones de cautividad, los
efectos en las víctimas del maltrato están estructurados sobre la base de
que el agresor es alguien al que están o han estado estrechamente unidas, y
con el que mantienen cierto grado de dependencia (BROWNE, 1991) (23).
En dichos casos la percepción de vulnerabilidad, de estar perdida, o de
traición pueden aparecer de forma muy marcada (WALKER, 1979) (9).
El primer gran estudio que se llevó a cabo sobre la
respuesta psicológica de mujeres envueltas en relaciones en las que eran
maltratadas fue publicado por Lenore WALKER en 1979 (9),
recogiendo los efectos potenciales a largo plazo que podían aparecer en las
relaciones de pareja en las que el hombre agredía a la mujer. El resultado
fue la descripción de una serie de síntomas entre los que destacaban los
sentimientos de baja autoestima, depresión, reacciones de stress intensas y
sensación de desamparo e impotencia. A estos síntomas unía las
manifestaciones de las víctimas refiriendo e insistiendo en la incapacidad
para controlar el comportamiento violento de sus agresores. Sin embargo, en
contra de lo que se esperaba, estas mujeres presentaban un elevado
control interno, quizá porque están muy pendientes de manejar sus
propias respuestas al trauma y a las amenazas, al mismo tiempo que se
encuentran inmersas en las necesidades de la familia y en otras
responsabilidades.
Otros estudios (ROMERO, 1985) (24) han comparado las
reacciones de las mujeres maltratadas con las de los prisioneros de guerra,
encontrando tres áreas comunes a ambos tipos de víctimas:
1.- El abuso psicológico que se produce dentro de un contexto de amenazas
de violencia física conduce al temor y debilitación de las víctimas.
2.- El aislamiento de las víctimas respecto a anteriores fuentes de apoyo
(ej. amigos o familia) y a las actividades fuera del ambiente hogareño
conllevan a una dependencia al agresor y la aceptación o validación de las
acciones del agresor y de sus puntos de vista.
3.- Existe un refuerzo positivo de forma intermitente ocasionado por el
temor y la pérdida personal que refuerza la dependencia emocional de la víctima
a su agresor.
El resultado de la situación descrita y la consecuente reacción psicológica
a largo plazo configura el denominado SÍNDROME DE LA MUJER MALTRATADA (SIMUM),
el cual hace referencia a las alteraciones psíquicas y
sus consecuencias por la situación de maltrato permanente. Este síndrome
no debe confundirse con el Síndrome de Agresión o Maltrato a la mujer, ya que
estos se centran en el cuadro lesional y las características de los elementos
que lo configuran, siendo el síndrome de la mujer maltratada consecuencia del
maltrato a la mujer.
Estas alteraciones junto con el aislamiento de la mujer que
el agresor va consiguiendo respecto a los diferentes puntos de apoyo de la
mujer, así como el contexto socio-cultural que minimiza los hechos, justifica
o trata de comprender más al agresor que a la víctima, explica, entre otras
razones, porqué es tan difícil salir de esta relación para l mujer, o cómo
se puede producir reacciones de agresividad de la mujer hacia el agresor.
3.5.
MECANISMOS DE PRODUCCIÓN.
La agresión sobre la mujer puede producirse por acción u
omisión, al igual que la mayoría de los cuadros lesionales de la traumatología
forense.
La intencionalidad del agresor es producir un daño en la víctima
que sirva como argumento a su intención de dominar a la mujer. La forma de
llevar a cabo la agresión dependerá de muchos factores, que oscilan entre la
propia personalidad del agresor y la oportunidad de realizar determinadas
conductas claramente influidas por factores contextuales.
La posición más o menos consciente del agresor en los
hechos, a veces con formas muy particulares de entender la violencia y con la
pretensión de unos objetivos concretos, hace que la agresión se produzca en
la mayoría de los casos "por acción".
Esta conducta ocasiona lesiones físicas de diferente tipo, y lesiones psíquicas.
Destacan de forma especial por la aparición combinada de ambos tipos de
lesiones las agresiones sexuales ya que su trascendencia y su significado
afectan a lo más básico de la personalidad de la víctima.
Con independencia de las agresiones puntuales, la actitud
entre los episodios suele caracterizarse por un maltrato psíquico en forma de
insultos en público y en privado, intentos de ridiculizar a la mujer ante
otras personas, controlar sus gastos, movimientos y llamadas telefónicas,
exigir el cumplimiento de las tareas domésticas, ...
Pero, por otra parte, más fácilmente desapercibidas,
incluso por la propia víctima durante periodos de tiempo prolongados, también
se producen lesiones "por omisión".
Nos encontramos con carencias afectivas, exponer a la víctima a peligros físicos
y no advertirle o ayudarle a evitarlos, sobrecargar y no colaborar en los
trabajos domésticos, hacerla pasar por torpe o despistada cambiando
voluntariamente objetos y prendas de vestir de lugar, ...
La utilización combinada de ambos mecanismos, hecho
habitual, puede conducir a un daño que la repetición y prolongación en el
tiempo, acompañada de modificaciones bruscas y sin motivos del estado de ánimo
del agresor, convierten a esta actitud en una conducta sólo comparable con
algunas torturas.
Estas alteraciones junto con el aislamiento al que se ve
sometido la mujer, así como el contexto socio-cultural que minimiza la agresión,
justifica o trata de comprender más al agresor que a al víctima, explica,
entre otras razones que escapan al presenta trabajo, porqué resulta tan difícil
para la mujer salir de esta relación y porqué se pueden producir reacciones
en la mujer de gran agresividad hacia su agresor habitual.
3.6.
DINÁMICA DEL SÍNDROME DE MALTRATO A LA MUJER.
El síndrome de maltrato a la mujer tiene tres fases que se
repiten de forma continuada en la mayoría de las ocasiones, aunque no son de
obligada aparición en todas ellas, lo cual dependerá de las circunstancias.
1.-
Fase de TENSIÓN CRECIENTE.
La
relación pone de manifiesto la agresividad latente
frente a la mujer, que en algunos casos se manifiesta de forma específica
como determinadas conductas de agresión verbal o física de carácter leve y
aisladas.
La mujer va adoptando una serie de medidas para manejar
dicho ambiente y adquiriendo mecanismos de defensa psicológicos. No obstante
esta situación va progresando, aumentando la tensión paulatinamente.
2.-
Fase de AGRESIÓN AGUDA.
Se
caracteriza por una descarga incontrolada de las tensiones que se han ido
construyendo durante la primera fase. La falta de control y su mayor capacidad
lesiva distingue a este episodio de los pequeños incidentes agresivos
ocurridos durante la primera fase.
Esta fase del ciclo es más breve que la primera y tercera
fase. Las consecuencias más importantes se producen en este momento tanto en
el plano físico como en el psíquico, donde continúan instaurándose un
serie de alteraciones psicológicas por la situación vivida.
La
mayoría de las mujeres no buscan ayuda inmediatamente después del ataque, a
menos que hayan sufrido importantes lesiones que requieran asistencia médica
inmediata. La reacción más frecuente es permanecer aisladas durante las
primeras 24 horas tras la agresión, aunque pueden transcurrir varios días
antes de buscar ayuda o ir al médico, lo cual hace que no siempre acudan a
urgencias, sino que en muchas ocasiones lo hacen a consultas ordinarias, quizá
para tratar de restar importancia y para evitar que identifiquen la agresión.
Esta actitud se ha denominado síndrome
del paso a la acción retardado.
3.-
Fase de AMABILIDAD y AFECTO.
Se
caracteriza por una situación de extrema amabilidad, amor y conductas cariñosas
por parte del agresor, gráficamente se le denomina como fase de "luna de
miel". Es una fase bien recibida por ambas partes y donde se produce la
victimización completa de la mujer, ya que actúa como refuerzo positivo para
el mantenimiento de la relación.
El
agresor muestra su arrepentimiento y realiza promesas de no volver a
llevar a cabo algo similar. Realmente piensa que va a ser capaz de controlarse
y que debido a la lección que le ha dado a la mujer, nunca volverá a
comportarse de manera que sea necesario agredirla de nuevo.
Durante esta fase el agresor trata de actuar sobre
familiares y amigos para que convenzan a la víctima de que le perdone. Todos
ellos de forma más o menos inconsciente hacen que la mujer se sienta culpable
en cierto modo y que a pesar de reconocer que la agresión ha sido un acto del
marido criticable, sería ella la responsable de las consecuencias de dicha
agresión al romper el matrimonio y la familia si no lo perdona. Suele ser
frecuente tratar de hacerle ver que el marido necesita ayuda y que no puede
abandonarlo en dicha situación.
El tiempo de duración de esta fase es muy variable, aunque
lo habitual es que sea inferior al de la primera fase y más largo que el de
la segunda.
Creemos que con el conocimiento de las circunstancias en
las que se produce la agresión a la mujer en general y el maltrato en
particular, podremos enfocar el estudio médico-forense de los diferentes
elementos (víctima, agresor y contexto) de forma más específica en relación
a los hechos y, sobre todo, ayudaremos a la correcta solución de los casos
denunciados, lo cual servirá para aumentar la confianza en el sistema y a que
muchas mujeres se decidan a denunciar su situación.
De este modo se irán produciendo los necesarios cambios en la sociedad
para que este tipo de violencia vaya desapareciendo.
NOTAS:
(1) Gisbert Calabuig, J.A. Medicina Legal y Toxicologia. 50 edición. Barcelona: Editorial Masson, 1998.
(2)
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1994.
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(19) Kerouac, S., Ryan, J. Dimensions of health in violent families. Health Care for Women International 1986; 7: 413-426
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(22) Goodman, L. A., Koss, M. P., & Russo, N. F. Violente against women: Mental health effects: Part 2. Conceptualizations of posttraumatic stress. Applied and Preventive Psychology 1993; 2: 123‑130
(23)
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Orgánica 3/1989, de actualización del Código Penal. IV Jornadas anuales de
la Sociedad Española de Medicina Legal y Forense. Cádiz, abril 1990.
SÍNDROME DE AGRESIÓN A LA MUJER
SÍNDROME DE MALTRATO A LA MUJER
RESUMEN:
La
mujer, al igual que el hombre, como miembro de la sociedad puede sufrir
agresiones en situaciones muy diferentes. Sin embargo, a diferencia de este la
mujer ha sido y sigue siendo víctima de determinados delitos por el hecho de
ser mujer. La posibilidad de que el hombre pueda ser también sujeto pasivo de
estos hechos y el componente socio-cultural que existe en el origen de este tipo
de conductas han hecho que la visión del problema haya seguido un enfoque clásico
considerándolo como una manifestación más de la violencia
interpersonal.
La mayoría de los estudios centrados en este problema han
seguido una orientación descriptiva, encontrando una serie de características
en los elementos que lo configuran que han llevado
a unos posicionamientos en muchas ocasiones distanciados de la realidad.
Todo ello especialmente debido a la identificación de la agresión a la mujer
con algunas características encontradas en los elementos,
pasando a considerar que la agresión a la mujer se produce en
determinados ambientes, por parte de ciertos hombres o sobre algunas mujeres,
interpretando que las alteraciones que presentaban las llevaban a ser
maltratadas, cuando en realidad eran producto del maltrato.
Nuestro trabajo plantea el estudio desde una perspectiva analítica,
identificando como origen del problema la agresión a la mujer al contexto
socio-cultural que sitúa al género masculino en una posición de superioridad
y dominio respecto al femenino, el cual queda subordinado al primero,
permitiendo a este utilizar diferentes métodos, entre ellos la violencia, para
mantener estas posiciones.
Este contexto origina una serie de elementos comunes que
definen el SÍNDROME DE AGRESIÓN A LA MUJER con tres manifestaciones: el SÍNDROME
DE MALTRATO A LA MUJER, la agresión sexual y el acoso. El conocimiento de estos
hechos como consecuencia de u contexto general que actúa de forma más o menos
directa y más o menos mediata en cada caso, ayudaran a identificar los casos y
a entenderlos como parte de un todo, de ahí que las medidas clínicas, médico-forenses,
legales , jurídicas y sociales puedan ser más efectivas.
PALABRAS CLAVES:
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18 de diciembre de 2000.
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